Edgar Allan PoePoemasCon Un Prlogode Rubn DaroEDITOR:Claudio GarciaSARANDI, 4411919En una maana fra y hmeda llegu por primera vez al inmenso pas de los Estados Unidos. Iba el steamer despacio, y la sirena aullaba roncamente por temor de un choque. Quedaba atrs Fire Island con su erecto faro; estbamos frente a Sandy Hook, de donde nos sali al paso el barco de sanidad. El ladrante slang yanqui sonaba por todas partes, bajo el pabelln de bandas y estrellas. El viento fro, los pitos arromadizados, el humo de las chimeneas, el movimiento de las mquinas, las mismas ondas ventrudas de aquel mar estaado, el vapor que caminaba rumbo a la gran baha, todo deca: all right. Entre las brumas se divisaban islas y barcos. Long Island desarrollaba la inmensa cinta de sus costas, y Staten Island, como en el marco de una vieta, se presentaba en su hermosura, tentando al lpiz, ya que no, por falta de sol, a la mquina fotogrfica. Sobre cubierta se agrupan los pasajeros: el comerciante de gruesa panza, congestionado como un pavo, con encorvadas narices israelitas; el clergyman huesoso, enfundado en su largo levitn negro, cubierto con su ancho sombrero de fieltro, y en la mano una pequea Biblia; la muchacha que usa gorra de jockey, y que durante toda la travesa ha cantado con voz fonogrfica, al sn de un banjo; el joven robusto, lampio como un beb, y que, aficionado al box, tiene los puos de tal modo, que bien pudiera desquijarrar un rinoceronte de un solo impulso... En los Narrows se alcanza a ver la tierra pintoresca y florida, las fortalezas. Luego, levantando sobre su cabeza la antorcha simblica, queda a un lado la gigantesca Madona de la Libertad, que tiene por peana un islote. De mi alma brota entonces la salutacin: