Terminaba 1806 y Napoleon ya dominaba los campos de batalla de Europa. En Varsovia se lo esperaba como el salvador de Polonia, una nacion humillada por sus vecis y sometida por los rusos. Cuando el gran militar entra a la ciudad, una muchacha se aproximo al y le extendio una carta donde abogaba por los sues de su pais. Era Maria Walewska, una joven polaca cuya belleza escapa al experto ojo de Bonaparte, quien deja de sonar con ella.